
Como dulces condones
Enjuagándolos delicadamente
Arrojando al cielo
Los jugos espesos de mis tranquilos almuerzos
Para evitar las acarameladas infecciones
De tu mente vaginal
De mis perversiones prepuciales
Aún así no te garantizo
Que la serpiente solitaria de mi soledad
No invada tus trompas y tus infundíbulos
Y se enrrosque hasta ahogar tu tonta fertilidad
De la cual no estabas segura
Por la que me dijiste:
—¡Te amo!
Y quisiste decir:
—¡Se mi semental!
Sacaste lo mejor de mí
—¿Tu semen?
—¡No, estúpida, mis hijos!